Comentario
El panteón babilonio comprende multitud de dioses, algunos de tradición propia, otros incorporados por contacto o herencia de otros pueblos, los de sumerios y acadios. Los teólogos se vieron obligados a manejar un amplísimo conjunto de dioses, que, según un recuento del siglo IX a.C., pudo llegar a los 65.000. La preocupación del hombre en Babilonia por su existencia en el mundo, la presencia constante de lo sagrado en la vida diaria y la comprensión de lo que le rodea le llevó a confeccionar relatos míticos como el Enuma elish o Poema de la Creación.
Los dioses se agrupaban en dos conjuntos, según adscripción fuera celestial -entonces eran llamados Igigu- o terrestre -Anunnaku-. Por encima de ellos estaba el dios de la ciudad de Babilonia, que se convirtió en la deidad nacional cuando fue constituido el Imperio y fue elevado a la categoría de dios principal del panteón. Progresivamente fue ganado en contenidos y adscripciones, de tal forma que fue llamado hasta de 50 maneras distintas y se le hizo protagonista del mito sobre el origen del mundo, el Poema de la Creación. Junto a él ascendieron en la jerarquía de dioses Zarpanitum, su esposa, y Nabu, su hijo.
Generalmente los dioses se agrupaban en tríadas. La más antigua era de carácter cósmico, y agrupaba a Anu, es decir, el cielo; Bel, la tierra y Ea, el agua. La siguiente triada tenía carácter astral, estando integrada por el dios lunar Sin, protector de Babilonia; el dios solar Shamash, deidad de la Justicia, y la diosa del amor y la guerra Ishtar, es decir, el planeta Venus.
Además de éstas otros dioses importantes eran Adad, deidad de la tormenta y la lluvia; Ninurta, de la guerra, la agricultura y la caza; Gibil, del fuego; Nergal, señor del Más Allá, en el que reina junto a Ereshkigal, su esposa, etc.
Además de en los dioses, los babilonios creían en la existencia de otros seres sobrenaturales, algunos positivos y otros negativos. Estos eran más numerosos y estaban divididos en siete clases. Se les representaba como a monstruos causantes de desgracias y enfermedades, como Lamasthu, cuya acción maligna provocaba la muerte de los niños, o los nefastos Utukku, los Etemmu y los Gallu. Para contrarrestar su acción se recurría al exorcismo y la magia, además de amuletos protectores.